La semana pasada te comenté sobre un estudio que estoy realizando desde hace veinte años. ¡Sí, veinte años! La ciencia se cuece a fuego lento y, por lo general, no entiende de atajos.

La cuestión es que me puse a comparar las fotos de aquel momento con las de ahora. Y, por supuesto, el tiempo ha pasado por el físico de todos los implicados. Pensando sobre ello, recordé un estudio que hace poco leí sobre cómo ocurre eso que llaman envejecimiento y que la mayoría quiere evitar de una forma u otra.

Aunque parezca lo contrario, el envejecimiento no es un declive lineal. En realidad, es una historia de cambios, de crisis silenciosas, que transforman el cuerpo en momentos inesperados.

Con los datos en las manos ahora podemos decir que no es ni progresivo ni constante. Un estudio publicado en Nature Aging lo demuestra. De hecho, se han identificado dos puntos de inflexión en nuestra biología: el primero a los 44 y el segundo a los 60 años.

En esos momentos vitales, el organismo sufre cambios bruscos, como si atravesara turbulencias en su viaje por el tiempo.

Mas, vayamos por partes.

El equipo de investigadores autores del estudio siguió, durante algo menos de una década, a más de un centenar de personas, con edades comprendidas entre los 25 y los 75 años. A través del análisis de miles de muestras biológicas —sangre, piel, microbioma intestinal— detectaron dos edades en las que el envejecimiento acelera su paso.

A los 44 años, el metabolismo de los lípidos y el alcohol pierde eficiencia. Aparecen señales de alteraciones cardiovasculares y hepáticas. El cuerpo ya no procesa igual la energía, y el riesgo de enfermedades crónicas empieza a crecer.

A los 60 años, el sistema inmunitario —nuestras defensas— se desploma. Ergo, la vulnerabilidad a infecciones aumenta, la inflamación se dispara y la capacidad del organismo para gestionar carbohidratos se ve comprometida, elevando el riesgo de diabetes y otros trastornos metabólicos.

La incidencia de enfermedades cardiovasculares, por ejemplo, salta del 40% entre los 40 y 59 años al 75% entre los 60 y 79 años. Algo similar sucede con el alzhéimer, que se dispara después de los 65 años. Estos puntos de inflexión podrían ser claves para la prevención.

Pero todo no son malas noticias para los que ya andamos por esas edades. Si el envejecimiento ocurre en oleadas, quizás podamos amortiguarlas.

El mismo estudio sugiere que algunos de estos cambios son modulables. El metabolismo de los lípidos y el alcohol podría optimizarse con ajustes en la dieta y el estilo de vida. Por su parte, la caída de las defensas a los 60 años podría mitigarse con estrategias dirigidas, como la inmunoterapia o el refuerzo de la microbiota intestinal.

Además, estos picos no ocurren al mismo tiempo en todas las personas. Factores como la genética, el ambiente y los hábitos influyen en el ritmo del envejecimiento. Todo ello abre la puerta a una medicina personalizada, donde el envejecimiento se mida y se anticipe antes de que sea irreversible.

Queda palmariamente claro que el descubrimiento de estos puntos de inflexión podría transformar la manera en que abordamos la edad. Incluso, deberíamos ir pensando en establecer una Ciencia del Envejecimiento.

Si sabemos que el sistema inmunitario colapsa cuando comienza la sexta década, podemos reforzarlo antes de que la vulnerabilidad aumente. Si identificamos biomarcadores específicos, podríamos monitorear el envejecimiento en tiempo real y diseñar intervenciones a medida.

Fíjate que no te hablo de prolongar la vida sin más, sino de extender los años de salud. Algo que, por cierto, no se resuelve con bótox y ácido hialurónico.

Una vez más la ciencia acude a nuestro auxilio. Poco a poco vamos desentrañando el misterio del tiempo en el cuerpo humano. El envejecimiento no es una marcha constante, sino una serie de momentos críticos que definen el futuro de nuestra biología.

Comprender estos picos nos acerca a un horizonte en el que el envejecimiento deje de ser un destino inmutable y se convierta en un proceso que podamos anticipar, medir e incluso modificar.

El tiempo, como la vida misma, no es una línea recta. Por el contrario, es una serie de capítulos con giros inesperados. Ahora, la ciencia ha comenzado a leer entre líneas. No obstante, aún mucho siguen negándola.