
'Los nuestros', de Alba Carballal
Lucía Carballal indaga en 'Los nuestros' sobre los pros y contras de la familia actual
A la dramaturga le sirve de metáfora la comunidad sefardita, que ha logrado sobrevivir a la expulsión y la persecución. Y en nuestros días ¿sobrevivirá la familia?
Más información: Lucía Carballal estrena 'Los nuestros', una obra sobre el duelo y memoria del pueblo sefardí
Con Los nuestros, Lucía Carballal vuelve a un tema recurrente en su obra, la familia. Ya lo abordó en su "falsa comedia" Una vida americana y en La Fortaleza, donde jugó a autoficcionar a la suya propia. Esta de ahora es un trabajo con una veta más antropológica: profundiza entre lo que une y separa a sus miembros, en cómo se aferran o pierden las tradiciones y en el precio que se paga por ello; también, en cómo se asegura la estirpe en nuestros días, cuando posibles progenitores agotan su reloj biológico entregándose a meditar sobre la procreación.
La nueva obra de Lucía Carballal, recién estrenada en el Valle Inclán, es novedosa en relación a las que ha escrito con anterioridad. Por un lado, desciende con madurez y profundidad sobre la necesidad que tenemos de explicarnos a nosotros mismos, algo que ya es seña de su teatro; por otro, exhibe un engranaje narrativo y visual bien orquestado, donde todos los elementos -texto, escenografía, luz, música, sonido…- tienen su razón de ser dando la sensación de que Carballal ha escrito el texto a la vez que lo dirigía. O sea, que hay autores que -como en el cine- pueden ser sus mejores directores.
Mona Martínez da a la obra un inicio glorioso, es una actriz maravillosa y tiñe su personaje de Reina de una sinceridad amarga e irónica. Reina es una judía sefardita y ha reunido en su casa a sus familiares para celebrar el “avelut”, encierro de una semana de duelo por la madre que acaba de fallecer. Ahí, en su casa, aparecen su hijo Pablo (Miki Esparbé) y la novia de éste (Ana Polvorosa), que acaban de llegar de Londres; también coinciden su hermana Esther (Manuela Paso) con sus hijos pequeños y su novio (Gon Ramos) y, finalmente, la prima Tamar que hasta hace poco vivía en Israel (Marina Fantini).
A Carballal le sirve de metáfora la comunidad sefardita, que ha logrado sobrevivir a la expulsión y la persecución desde tiempos inmemoriales. Y en nuestros días ¿sobrevivirá la familia? La familia de la obra vivió en Tánger y después volvió a España. Reina nunca fue una judía estricta con las tradiciones de su comunidad; madre soltera, sus padres la toleraron y protegieron con liberalidad, pero ahora en la madurez, muertos sus antepasados, siente que debe defender el legado de su familia y actuar como matriarca.
Más pragmática y distante de esta visión es su hermana Esther, que interpreta Manuela Paso con bastante humor, representa la integración en la sociedad española a costa de renunciar a su religión y de educar a sus hijos en el catolicismo. E interesante personaje la prima Tamar, a la que ser de Israel la estigmatiza en los ambientes europeos en los que ahora vive, ya que no puede librarse de una identidad maldecida de siempre.
La segunda parte de la obra se centra en el conflicto de Pablo con su madre, con la que tiene una mala relación. Esparbé hace piruetas metateatrales con su personaje y con su conflicto: tiene planes de tener un hijo con su novia, pero ser padre le exigirá -a sus 38 años- renunciar a sus aspiraciones como escritor para ganarse la vida como profesor de español en Inglaterra. El plan no le convence a Reina, lo ve como un fracaso y como buena madre judía intenta presionarle para que persevere.
La torre-tesoro
La narración de Carballal es compleja, entremezcla distintos planos y géneros narrativos y rompe con las estructuras más clásicas de sus piezas anteriores (excepción de La Fortaleza). El escenario se transforma en una suerte de arena con público por tres de sus lados, allí los actores nos ofrecen sus diálogos, discursos, apartes, variaciones, canciones… hay de todo, a la sombra de una torre deslumbrante de unos siete metros, especie de edificio megalítico pop y colorista construido por Pablo Chaves Maza con cachivaches de un chino (cacerolas, cestos, manteles, lámparas, todo tipo de menaje del hogar, cajas de botellas, flores de plástico…) que le da un aire ceremonioso al espectáculo.
A los pies de esta instalación, símbolo de lo que atesora una familia, se va desplegando más escenografía, conforme los actores van enmascarándose en sus personajes y hacen avanzar la historia: pueblan el espacio con sillas, alfombras y demás mobiliario que sacan de la torre, y engarzan unos diálogos y acciones con otros en un aire de aparente conversación improvisada, alternando situaciones cómicas y dramáticas, a veces en un estilo chejoviano, introduciendo detalles disruptivos como ese personaje de profesor pedante que interpreta Gon Ramos, y que actúa como una nota a pie de página de espíritu humorístico, festoneando el espectáculo con pensamientos de filosofía política.
Carballal, muy dada a usar micrófonos de pie en sus obras, los emplea en ocasiones para darle un tono de artificio al espectáculo y provocar un efecto distanciador en el espectador, por ejemplo, cuando Tamar no discursea sobre su drama identitario en una escena que conducirá a un callejón sin salida dramático; otras veces recurre a grabadoras o teatritos que le sirven para apuntalar y enriquecer situaciones e ideas de los personajes.
Si bien Lucía Carballal nos brinda una lección de dirección y escritura teatral en la órbita del teatro alemán contemporáneo que ella bien conoce, creo que lograría adueñarse de la atención del público mucho más si redujera la duración del espectáculo, especialmente en la parte final. Nada que no se pueda remediar en las funciones que están por venir.
Los nuestros
Teatro Valle-Inclán. Centro dramático Nacional.
Hasta el 6 de abril
Texto y dirección: Lucía Carballal. Reparto: Miki Esparbé (Pablo), Marina Fantini (Tamar), Mona Martínez (Reina), Manuela Paso (Esther), Ana Polvorosa (Marina), Gon Ramos (Mauro), Alba Fernández Vargas / Vera Fernández Vargas (Niña) y Asier Heras Toledano / Sergio Marañón Raigal (Niño). Diseño de escenografía: Pablo Chaves Maza AAPEE. Diseño de iluminación: Pilar Valdelvira AAI. Diseño de vestuario: Sandra Espinosa. Composicion musical y coach vocal: Irene Novoa. Diseño de sonido: Benigno Moreno.