Xavibo en su retiro en el centro de Madrid. Imagen de su Instagram.

Xavibo en su retiro en el centro de Madrid. Imagen de su Instagram.

Columnas DESÓRDENES

¿Cuántas veces te has sentido solo en tu vida sin encerrarte 13 días en un escaparate de Madrid?

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Un cantante llamado Xavibo se ha encerrado durante trece días en un escaparate del centro de Madrid y a eso lo llama "ejercicio de soledad". Lo documenta en Instagram con un diario visual. La clase artística está absolutamente desesperada.

La gente le mira y le hace fotos y él finge que lee o que se enjabona o que duerme mientras mantiene el pelo perfecto, un pelo realmente acojonante. Un pelo que pide público.

La ciudad pasa por ahí y le golpea el cristal como en el zoo, con la salvedad de que él no está solo (él está en su hábitat: cámara, espejo, onanismo sin sacar las manos de los bolsillos del chándal), pero los monos sí, los monos están solos del todo. Quizá porque la condición para estar solo de verdad sea no querer estarlo. Esa es la paradoja.

Pienso en los simios en cautiverio (con toda esa belleza, ese desinterés, esa violencia), desparasitándose por no matarse del asco, extrañando la posibilidad de la vieja rama mientras unos humanos horteras, pero inofensivos, les tiran pipas. La tragedia es que ya no tienen por qué escalar ningún árbol, la tragedia es que ya no hay depredadores.

La soledad debe parecerse mucho a que a nadie le importes lo bastante como para que quiera despedazarte.

Uno a veces está sólidamente acompañado por sus enemigos.

Esto es importante.

Necesitamos a nuestros adversarios de guardia. Necesitamos que piensen en nosotros. Queremos ser los favoritos de nuestros hijos de puta. Mientras ellos nos cerquen, nosotros estaremos siendo fieles a nuestra naturaleza.

El tal Xavibo, genio del marketing para peña que se cayó de la cuna, forma parte de esa caterva que se va un mes a un monasterio a desplazarse la pelusa del ombligo para contarlo, o que sube a una montaña en silencio para contarlo, o que hace reiki, meditación o yoga para contarlo. Es el budista-chapa. Esta no la vimos venir.

Estos nuevos jipis se han hecho un lío con los canales de comunicación. Dicen que quieren atenderse a sí mismos para lograr la paz, dicen que quieren hablar con dios, con el cosmos o con sus muertos mientras te encañonan con una ametralladora. Escúchales, joder, que han sacado conclusiones de sus retiros y vienen a detallártelas.

Quieren que "conectéis". No es que tengas mucha opción. Es una orden.

Se callaron durante cinco horas en una ciénaga en Cercedilla para tumbarte en tu bar favorito de la sucia y preciosa ciudad con el triple de densidad y fuerza. Ahora sabemos que estaban entrenando. En todo caso, enhorabuena, al final lo han conseguido. Estar solo debe parecerse mucho a estar forzando a los demás a que te escuchen.

Ejercicios de soledad. Esto no va de quedarse un viernes noche en casa. Pienso en ellos más allá del tópico. Quiero comprender algo. Se me ocurre que la soledad sólo puede ejercitarse si es estética y banalmente. La soledad, en verdad, es algo que te asalta. Algo que te parte la cara.

En La boda de mi mejor amigo, mi comedia romántica favorita, Julia Roberts persigue por la carretera a Dermot Mulroney, que a su vez persigue a Cameron Díaz. Cuando Julia se lo cuenta al teléfono a su insobornable amigo marica, un centelleante Ruppert Everett, él le hace la pregunta definitiva: "Si él la persigue a ella y tú le persigues a él… a ti, ¿quién te persigue?".

Entiendo que la soledad es eso. Darte cuenta de que a ti no te persigue nadie. Frenar el coche a tiempo. Parar tus malvados planes contra el mundo para hacerte la manicura. Asumir que todo se fue al carajo, que no te eligieron a ti.

¡Ya está!

Hay una libertad en la soledad, por qué no decirlo. La libertad del que no tiene nada que perder.

Fotograma de La boda de mi mejor amigo.

Fotograma de La boda de mi mejor amigo.

La soledad también está en los ascensores y en los aeropuertos y en las habitaciones de hotel donde Raphael se hundía en el minibar y bebía con la sed del mundo. Bebía como quien surca con la boca abierta y a brazadas las piscinas de todos los rascacielos de la ciudad… una tras otra, una tras otra, como una larga alberca infinita, y sigue nadando y tragando hasta llegar al mar.

Raphael bebía solo en su cuarto en sus viajes trasatlánticos. Bebía roto y en bata después del último aplauso. Primero por dominar el sueño. Después por amaestrar a los demonios. Acababa el concierto, volvía a su habitación y bebía. Siempre era así. Después llamaba a recepción para pedir más. Tenía éxito, dinero y una familia que le veneraba, pero bebía hasta caerse redondo hacia atrás, muerto en el suelo. Bebió hasta que le trasplantaron el hígado. Bebió incomprensiblemente. Bebió solo. Uno siempre bebe solo, en realidad.

"Escribir es defender la soledad en la que se está", decía María Zambrano. La soledad es aquel diálogo de Lucky, la película protagonizada por Harry Dean Stanton:

–Nacemos solos y morimos solos.
–No se ponga tan apocalíptico. "Solo" quiere decir "único en su especie".

Idea Vilariño creía que "uno siempre está solo, pero, a veces, está más solo". La gente dice que el pintor de la soledad es Hopper, pero a mí se me queda corto, porque Hopper pinta la soledad en el mundo de siempre.

Una obra de Hopper.

Una obra de Hopper.

Me quedo con Munch. Él va más allá y pinta la ansiedad, la alucinación y la paranoia, es decir, la soledad en un mundo nuevo. En un mundo polifónico que sólo existe dentro de tu cabeza y que impide hace rato comunicarte con los otros.

En fin, ¿es que tenemos algo mejor que hacer que pasearlo en círculos? Esto lo decía Marguerite Yourcenar: "¿Quién puede ser tan insensato como para morir sin haber dado, por lo menos, una vuelta a su cárcel?".

Los caminos de la soledad son inescrutables.

Munch.

Munch.

Yo me siento sola cuando me cantan cumpleaños feliz. Es de un pudor espeso y sucio muy solitario. Es tan incómodo que ni siquiera envejezco: me congelo en el tiempo, me aíslo. Estoy sola, sola para siempre durante treinta segundos. Nadie puede entender jamás hacia dónde crece una.

Intuyo que uno se siente solo de verdad en la vida cuando se muere la madre. El padre no. La madre. He dicho la madre.

Sé de los que están solos cuando se masturban con el cuerpo de otros. Sé de los que están solos, también, cuando se descubren tumbados desnudos al lado de una persona que creían que les gustaba, pero que ya no les gusta. Sé de los que están solos después de eyacular, una vez vaciados de líquidos y entelequias.

La soledad es que pase alguien amado por tu barrio y no se detenga. Como si nada se le hubiese perdido allí, o quizá porque no se le ha perdido nada.

Marilyn por George Barris.

Marilyn por George Barris.

La soledad es ese pánico a la muerte o a la verdad que decía Virginia Woolf: "Oh, Mrs. Dalloway… siempre dando fiestas para tapar el silencio".

La soledad es lo que Arthur Miller escribió de Marilyn Monroe: "Para haber sobrevivido, ella tendría que haber sido mucho más cínica o haber estado mucho más lejos de la realidad de lo que estaba. Pero no, ella era una poeta en una esquina tratando de recitar entre una multitud que le arrancaba la ropa".

La soledad es llegar a la estación, de vuelta a casa, hacerte un poco el torpe con las ruedas de la maleta, no buscar ninguna cara, buscarla al segundo, y que nadie te esté esperando.

La soledad es el viejo butanero de mi edificio. Todas las mañanas grita "butano", desgañitado.

Hace quince años que no trabaja aquí.