Fotograma del documental 'Llámame Paul'

Fotograma del documental 'Llámame Paul'

Cine

El extraño caso de Paul Naschy, el hombre lobo ibérico: icono mundial del terror e ignorado en España

El documental 'Llámame Paul' repasa la trayectoria del actor y director de serie B, en especial su accidentada y personalísima película 'El aullido del diablo'.

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Para Jacinto Molina (1934-2009), mucho más conocido con el sobrenombre artístico de Paul Naschy, los años ochenta del siglo pasado supusieron un periodo negro, casi trágico. Fue el hombre lobo nacional por excelencia como Waldemar Daninsky y trabajó en incontables títulos dentro de géneros tan populares como el wéstern, la comedia, el policial y, por supuesto, el terror en todas sus variedades posibles e imposibles. Tras ello, sus filmes de una nueva década marcada por el final de la industria del cine comercial español y la nueva política de subvenciones implementada por Pilar Miró, se habían estrellado uno tras otro contra un muro de incomprensión.

Ni El carnaval de las bestias (1980), ni El retorno del hombre lobo (1981) o La bestia y la espada mágica (1983) —nuevas entregas de su antihéroe licántropo— ni Latidos de pánico (1983), El último kamikaze (1984) o la psicotrónica Operación Mantis (1984), habían encontrado su público. Bregaban tanto contra el nuevo sistema de subvención y exhibición, como contra una nueva sensibilidad cinematográfica, nacida del éxito de las grandes producciones de Hollywood.

Justo es señalar que no se trata de sus mejores películas, aunque no carezcan de gracia. En cierto modo representan un heroico intento, condenado de antemano, de mantener viva una forma de hacer, ver y entender el cine de género que estaba ya obsoleta en aquel momento.

Eran malos tiempos para los licántropos de pelo en pecho, incapaces de competir con los que magos de los efectos especiales como Rick Baker o Rob Bottin crearon para filmes como Un hombre lobo americano en Londres (1981) o Aullidos (1981). El estilo ingenuo, de gótico sicalíptico y bolsilibro esperpéntico propio de gran parte del cine de Naschy, tanto en su faceta de actor como en la de director y guionista, no podía hacer frente al nuevo Hollywood de Spielberg, Lucas y compañía.

La venganza del licántropo

Además, Naschy se enfrentaba a la paradoja de haberse convertido en una suerte de icono internacional del terror, admirado y seguido con fervor de Londres a Tokio, de París al propio Hollywood, mientras en su propio país se le ignoraba, cuando no se le hacía objeto de burla y befa. Todo ello le llevó a planear como una especie de venganza su retorno a la pantalla cuando, tras unos años de silencio, consiguió a duras penas levantar un nuevo y muy personal proyecto: El aullido del diablo (1987).

Un ejercicio de metaficción autobiográfica y paranoico-crítica, escrito, dirigido y protagonizado por el propio Naschy, en el doble papel de los hermanos actores Doriani; Héctor, retirado, y Álex, fallecido, el primero de los cuales odia y maltrata el recuerdo del segundo, popular estrella de terror.

Además, Héctor Doriani es un sádico que abusa de jóvenes a las que abduce hasta llegar a extremos mortales. A todo ello hay que añadir la presencia del niño Adrián (interpretado por el hijo de Naschy, Sergio Molina), huérfano de Álex Doriani dejado a cargo de su tío. Su mundo de fantasía obsesiva sirve de hilo conductor a la historia. También sobresalen Howard Vernon como un mayordomo aficionado a la magia negra y una Caroline Munro explosiva como sirvienta para casi todo.

Perjudicado por una serie de desgracias, el filme apenas si llegaría a estrenarse en televisión, rodeado además de polémicas sobre la autoría del guión, que se disputaron Salvador Sáinz y el propio Naschy en pleito a través de la SGAE, quedando prácticamente condenado al ostracismo, sin distribución cinematográfica alguna. La parquedad de medios tampoco contribuye a que se trate de una película plenamente lograda, pero en el fondo, eso importa poco: es, sin duda, el más personal manifiesto de Naschy acerca de su profesión y su mundo. Personal e íntimo.

Caroline Munro en 'El aullido del diablo' (1987)

Caroline Munro en 'El aullido del diablo' (1987)

En la piel de los hermanos Doriani, además de en la del Monstruo de Frankenstein, Mr. Hyde, el Fantasma de la Ópera, Waldemar Daninsky, Quasimodo, el Diablo mismo y de refilón Rasputín, Barba Azul y Fu Manchú, Paul Naschy se desdobla también en Jacinto Molina y viceversa, manifestando con desgarradora sinceridad su amargura, su decepción con el mundo del cine y de la crítica... E incluso cierta duda existencial íntima acerca del valor de su trabajo, de su dedicación al mundo del fantaterror: ¿Y si se hubiera equivocado en la elección? Finalmente, el Doriani actor de terror vuelve de la tumba y se venga, aunque quizás sin desprenderse del todo de la incómoda sensación de haberse sacrificado inútilmente.

Llámame Paul

Precisamente El aullido del diablo y sus protagonistas sirven a Víctor Matellano y su coguionista, Ángel Sala, director del Festival de Sitges, como columna principal sobre la que vertebrar su documental Llámame Paul. Un recorrido biofilmográfico por la carrera y la personalidad de Paul Naschy, llevado a cabo con la reverencia, el respeto y la complicidad de quienes obviamente no solo conocieron al personaje, sino también a la persona.

Tanto Matellano como Sala son amantes del género de fantaterror hispano, lo que contribuye a contextualizar adecuadamente la obra de Naschy en un mundo cinematográfico que era muy diferente al nuestro.

Paul Naschy como Waldemar Daninsky en 'La bestia y la espada mágica' (1983)

Paul Naschy como Waldemar Daninsky en 'La bestia y la espada mágica' (1983)

A través de la voz del propio Jacinto Molina, que nos ha dejado numerosos testimonios autobiográficos en forma de libros, artículos y entrevistas, recreada por el actor de doblaje Héctor Cantolla, así como con la participación de Caroline Munro, el mítico Jack Taylor y la de Sergio Molina, Llámame Paul no solo sigue la vida de Naschy, sino que desgrana las influencias externas e internas que le convierten en genuino autor.

A veces, Matellano y Sala juegan un poco al psicoanálisis. Se sienten algo embarazados por el trato que reciben las mujeres en el mundo de Naschy, navegando por el filo de la navaja para salvarle del pecado del machismo cuando, en realidad, se trataría en buena parte de algo propio tanto de su cine como del fantaterror en general y, a qué negarlo, del gótico en su conjunto. Se echa de menos cierto humor, pues la dimensión camp, inevitable en el mundo de Naschy y del fantaterror ibérico, con su idiosincrasia sicalíptica peculiar, se nos escabulle como si resultara vergonzosa.

Lo mejor es cómo Llámame Paul se articula a través del montaje ingenioso y significativo de escenas e imágenes de la filmografía de Naschy, especialmente de El aullido del diablo, pero también de otras muchas, que Matellano enhebra para formar un tapiz interrumpido ocasionalmente por alguna recreación poética licantrópica que no hubiera disgustado al propio Paul.

En todo momento se notan el respeto y el amor por un autor que en su desdoblamiento apasionado por el terror llevaba también la semilla de su perdición: siempre consideró su mejor película El huerto del francés (1977)… Una que no es ni fantástica, ni de terror.

Llámame Paul se inscribe en una feliz tendencia actual a recuperar las grandes y pequeñas figuras de nuestro olvidado cine de género, con documentales como Los perversos rostros de Víctor Israel (2010) de Diego López y David Pizarro o La dama del Fantaterror (2020), sobre Helga Liné, también de Diego López; The Simon´s Jigsaw: Un viaje al universo de Juan Piquer Simón (2014) y El pionero. El cine parapsicológico de Sebastià d'Arbó (2018), ambos de Luis Esquinas, o José Lifante, mi aventura en el cine (2024) de David García Sariñena. Un sano ejercicio cinéfago que nos recuerda que hubo un tiempo en el que otro cine español fue posible.