
Un hombre ayuda a un hombre sirio con niños, que huyó de la violencia en el oeste de Siria, en el río Nahr El Kabir, después de los asesinatos masivos reportados de miembros de la minoría alauita , en Akkar, Líbano, el 11 de marzo de 2025.
Los nuevos perdedores de Siria: miles de alauitas cruzan el río que los separa del Líbano para huir de una muerte segura
Al menos 10.678 sirios han cruzado el río Kabir desde que la operación contra células prorrégimen se convirtiera en una cacería de toda la población de la costa.
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El río Kabir, que separa Siria de Líbano, debe su nombre a la misma palabra con la que se llamaba en árabe al Guadalquivir: grande. Grande es también el río que, en un rincón opuesto del mundo, miles de personas cruzan cada año para llegar de México a Estados Unidos.
En las últimas semanas, esta frontera fluvial —menos grande, eso sí, que la estadounidense— se ha convertido también en la única escapatoria para al menos 10.678 sirios alauitas que, de la noche a la mañana, se volvieron blanco de la mayor masacre desde la caída del régimen de Bashar al Asad en diciembre. Desde el 6 de marzo, más de mil personas han muerto en la región costera del país y las provincias de Homs y Hama.
A diferencia de la Border Patrol estadounidense, a los que llegan al margen libanés del río Kabir les recibe un soldado entrado en años, bebiendo mate en una silla de plástico, y que saluda a los refugiados con un: "Ya’tekon al-’afie". "Que Dios os dé fuerzas". Semanas después de que empezaran los disturbios, siguen entrando familias con lo puesto esperando volver lo antes posible a su país.

El humo se eleva mientras miembros de las fuerzas sirias viajan en un vehículo mientras luchan contra una insurgencia naciente de combatientes de la secta alauita del líder derrocado Bashar al-Assad , en Latakia, Siria, el 7 de marzo de 2025.
Para llegar del río a Masudiye, el pueblo más cercano, hay que pasar por campos de refugiados que llevan desde los albores de la guerra desplazados en el Líbano. Quienes viven en estas chozas, protegidas sólo por lonas de ACNUR, son en su mayoría sunníes y se dedican a la agricultura en las tierras inmediatas a la frontera. Apenas tienen contacto con sus vecinos libaneses.
Los que llegan ahora, alauitas, al igual que la mayoría de autóctonos de Masudiye, tienen a su disposición los pocos recursos del pueblo. La mezquita y las escuelas han abierto sus puertas, y albergan a algunas de las 2.307 familias que han llegado de Siria desde que las milicias islamistas afines a Hayat Tahrir el Sham (HTS) declararon su cruzada contra los alauitas, secta a la que pertenece la dinastía depuesta de los Asad.

Sirios alauitas , que huyeron de la violencia en el oeste de Siria, caminan junto al agua de Nahr El Kabir, después de los asesinatos masivos reportados de miembros de la minoría alauita , en Akkar, Líbano, el 11 de marzo de 2025.
"Son nuestros hermanos", declara a las puertas de la mezquita un vecino que llega con juguetes de sus nietos para los nuevos habitantes del pueblo. Frente a su carro se apelotonan todos los niños de la mezquita buscando su parte. Entre ellos está Hamza, que acaba de llegar desde Baniyas, una de las ciudades más golpeadas por la masacre. Con una venda en el brazo derecho, cuenta una historia de la que ninguna persona de nueve años debería de ser testigo: "Salimos corriendo de casa por los tiroteos que había en nuestra calle. Por toda la carretera había cadáveres tirados, entre ellos los de nuestros vecinos", cuenta. Buscaron refugio en el bosque, pero no lo encontraron: "Me caí al suelo por los tiros que se escuchaban de cerca. Me quedé paralizado media hora". Ahora acaba de llegar con su madre después de tres días de travesía a pie.
La cola para juguetes deviene una fila de supervivientes que quieren contar su historia. "Entraron en nuestra casa y nos agruparon con más personas en una plaza. Logré escapar, pero no sé nada de mi hermano. Por lo que me dicen mis vecinos, han sacado los muebles de la casa y los han quemado", cuenta Majed, de Khurram Al-Fawqani, un pueblo en la campiña oriental de Homs.
Como Majed, la mayoría de los refugiados tienen miedo a ser fotografiados: temen que los familiares que siguen dentro de Siria sufran represalias por ellos contar su historia. "Lo hacen por el simple hecho de que somos alauitas. No hay otra explicación, es un castigo colectivo", denuncia, mientras enseña un vídeo desgarrador: ante el cadáver de sus dos hijos, una señora mayor se enfrenta a dos combatientes islamistas que presumen de haberlo matado. "¿Son tus hijos? Pues como a ellos, vamos a masacrar a todos los alauitas!", le dicen.
En una esquina del templo, Hayat duerme a su hijo de diez meses. Es el más pequeño de los tres que tiene. "A la mayor no sé cómo explicarle por qué hemos tenido que huir, y el pequeño hace una semana que no duerme. Al principió pensé en quedarme en casa. Esperaba que murieran hombres. Pero aquel mismo jueves negro —dice, refiriéndose al 6 de marzo— supimos que esos animales van a por las mujeres y hasta a por los niños", dice Hayat, meciendo a su bebé.
"Decidimos salir lo antes posible, aunque tuviéramos que poner a los niños en peligro. Sabíamos que si alguien se acercaba a ellos no iba a tener el escrúpulo de no hacerles daño", cuenta. Y lamenta: "Y aquí estamos, casi dos semanas después, y el pequeño sigue temblando. No veo el momento de volver, pero veo que sigue llegando gente y siento que este infierno va para largo".