Desde tiempos inmemoriales, los líderes más inseguros han encontrado refugio en el ruido de las amenazas. Donald Trump, en su inquebrantable cruzada por hacer que Estados Unidos sea "grande otra vez”, ha convertido la política comercial en algo parecido a un patio de colegio, donde los aranceles son su versión de empujar a los más débiles contra la pared.
Para él, un arancel no es una herramienta económica, sino un garrote con el que doblegar voluntades. Pero, como en cualquier patio de colegio, hay una delgada línea entre infundir respeto y convertirse en el bravucón que todos tratan de esquivar o, bien, si se tiene fuerza y coraje, de frenar en seco.
Ya en su primera legislatura, y bajo la premisa de corregir déficits comerciales y proteger a los trabajadores estadounidenses, Trump desató una guerra comercial global en la que el principal blanco fue China. A golpe de tweet y de subida arancelaria, creyó que podía redefinir la economía mundial, reducir el déficit comercial y, de paso, fortalecer su imagen de negociador implacable. La realidad, sin embargo, se encargó de demostrar que las cosas no son tan fáciles. Negociar no es extorsionar y los aranceles tienen efectos indeseados a medio plazo.
Cuando en 2018 impuso aranceles del 25% al acero y del 10% al aluminio, las represalias no tardaron en llegar. China, la Unión Europea, Canadá y México respondieron con medidas similares. Lo que parecía una estrategia para fortalecer la manufactura estadounidense acabó siendo un bumerán: el coste de las importaciones aumentó para las empresas, los consumidores pagaron más y, en el caso de los agricultores del medio oeste, que son los pilares de su electorado, las represalias chinas les asestaron un golpe demoledor.
Así, Trump se vio obligado a desembolsar miles de millones en subsidios para mitigar el desastre que él mismo había provocado. Por ejemplo, entre 2018 y 2019, para mitigar el impacto de las represalias arancelarias de China, la administración Trump destinó aproximadamente 28 mil millones de dólares en subsidios a los agricultores estadounidenses. Los aranceles impuestos a productos chinos, europeos y canadienses aumentaron los costes para los consumidores y las empresas estadounidenses.
Los aranceles impuestos a productos chinos, europeos y canadienses aumentaron los costes para los consumidores y las empresas estadounidenses
Un estudio del Instituto Peterson de Economía Internacional estimó que los aranceles de Trump costaron a los hogares estadounidenses medios alrededor de 1.277 dólares al año. Por otro lado, las cadenas de suministro se vieron alteradas y el crecimiento global se vio afectado.
Finalmente, aunque el déficit comercial con China disminuyó, el déficit con otros países como México y la Unión Europea alcanzó niveles récord. Esto sugiere que las políticas arancelarias no lograron reducir el déficit comercial global de manera efectiva. Todo esto, mientras China, lejos de rendirse, reforzaba alianzas comerciales con otros socios y aceleraba su independencia tecnológica.
Más allá de los datos, la estrategia de Trump reveló una concepción rudimentaria del liderazgo internacional. En su visión binaria del mundo, las negociaciones comerciales no son un ejercicio de diplomacia económica, sino un pulso de fuerza. Sin embargo, en la economía global del siglo XXI, la intimidación rara vez se traduce en respeto duradero, sino al miedo.
Si algo caracteriza a los grandes líderes es su capacidad de construir alianzas, no de alienarlas. En este sentido, Trump ha convertido a EEUU en un socio impredecible y volátil, que cambiaba las reglas del juego y se salta los acuerdos internacionales según su estado de ánimo o la necesidad de distraer la atención de problemas internos.
La pregunta que surge es si el matonismo tiene una fecha de caducidad. Porque el reclamo es muy potente: la lucha contra el narcotráfico y la inmigración ilegal, que son dos temas muy sensibles, no solamente en la población estadounidense, sino en todo Occidente. Hacer de América un gran país… de nuevo.
El reclamo es muy potente: la lucha contra el narcotráfico y la inmigración ilegal, que son dos temas muy sensibles, no solamente en la población estadounidense, sino en todo Occidente
Y ese “de nuevo” retrotrae al ciudadano a lo que quiera imaginar, al momento ideal que cada cual tenga en su mente, real o imaginario. Si lo trasladamos a España, una parte pensaría que hablamos de ese imperio en el que no se ponía el Sol, otros pensarían en la Segunda República, otros en la segunda fase del gobierno del dictador Franco, y otros en la Transición. ¿Qué quiere decir “grande” aplicado a un país? ¿Se trata de observar las macromagnitudes? No, es mucho mejor dejarlo a la imaginación de cada cual y sacar pecho cuando Colombia o México ceden.
Pero si medimos a Trump con un igual ¿cedería Xi Jinping? En la pasada legislatura de Trump, China impuso aranceles de entre el 10% y el 15% a productos estadounidenses como carbón, gas natural licuado, petróleo crudo, maquinaria agrícola y automóviles. También impuso controles a la exportación de minerales raros como el tungsteno, el telurio, el molibdeno, el bismuto y el indio, que son componentes críticos para productos de alta tecnología.
Además de los aranceles, China inició investigaciones antimonopolio contra empresas estadounidenses como Google y añadió a otras, como PVH Corp., propietaria de Calvin Klein y Tommy Hilfiger. y la empresa de biotecnología Illumina, a su "lista de entidades no confiables". Cuando se mide con un igual, Trump no puede.
Si la intención de Trump es reafirmar su liderazgo, está logrando lo contrario: debilitar la posición de su país al fomentar la desconfianza entre sus aliados y dar espacio a nuevos actores en la geopolítica económica como la China comunista, que no es mi ideal de socio internacional.
En última instancia, la historia ha demostrado que los acuerdos comerciales duraderos se construyen con diplomacia, no con amenazas. Trump está siendo el malote del barrio, pero olvida que los matones no terminan con grandes aliados, sino con una fila de personas esperando el momento oportuno para devolverles el golpe. Y en la economía global, las represalias no se quedan en el patio de colegio: se sienten en los mercados, en las fábricas y en los bolsillos de los ciudadanos.