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El regreso de Fleur Jaeggy, la escritora que ya era salvaje hace 50 años

Tusquets recupera las dos primeras novelas de la autora suiza en lengua italiana en un momento en el que su prosa “resulta más moderna que nunca”

Fleur Jaeggy, en Turín en 1995.
Fleur Jaeggy, en Turín en 1995.Leonardo Cendamo (Getty Images)
Laura Fernández

Dice Fleur Jaeggy (Zúrich, 84 años) que no es ella quien ha escrito sus novelas. Y que tampoco es ella quien ha escrito sus relatos. Que ha sido su máquina de escribir. “Noto su presencia. Es poderosa. Lleva conmigo más de 50 años”, asegura. Tiene nombre de hombre, advierte: Hermes. Como el dios griego. Lo repite sin descanso en las pocas entrevistas que ha concedido. Sus respuestas tienen las palabras contadas y cristalinamente esquivas. Nació en Suiza, pero todos sus libros los ha escrito en italiano: cinco novelas, una obra de teatro y dos colecciones de cuentos. Su nombre está ligado a la intensa y claustrofóbica literatura austriaca —en Roma entró en contacto con el genio Thomas Bernhard—, a la traducción de complejos clásicos —Marcel Schwob y Thomas de Quincey— y al silencio. Del silencio, y de Hermes, es de lo único que habla en esas entrevistas, siempre ligeramente incómodas.

Aunque no fue hasta 1991 cuando se situó en el mapa literario europeo al publicar su tercera novela, la multipremiada Los hermosos años del castigo, Jaeggy había debutado en 1968 con la extrañamente hipnótica El dedo en la boca, a la que siguió en 1980 la casi teatral Las estatuas de agua, pura posmodernidad y fragmento, impresionismo literario, metafísica del desajuste. Ambas acaban de ser recuperadas en español en un solo volumen editado por Tusquets.

De Jaeggy dijo el Nobel de Literatura Joseph Brodsky que no importaba lo que tardaras en leer uno de sus libros, porque su recuerdo iba a permanecer contigo hasta el último de tus días. ¿Por qué? Su prosa se asoma a lugares que están ahí, pero no podemos ver. Es desasosiego, pero también es maravilla, aunque una maravilla oscurísima, de inmersión en lo más profundo de un inconsciente tormentoso que la palabra vuelve real, haciendo de él un resbaladizo estado de conciencia.

Según Juan Cerezo, editor de Tusquets, Jaeggy “se ha convertido en una autora más moderna y actual que nunca”. La operación de rescate de esas dos primeras nouvelles responde a lo que considera una necesidad lectora. “Fleur Jaeggy es una de nuestras autoras salvajes favoritas, junto a Aurora Venturini, Annie Ernaux o Camila Sosa. O Marguerite Duras, referente fundacional de muchas de ellas”, añade Cerezo, que la considera “radical y turbadora por contar desde la perspectiva de personajes alterados, en los márgenes”. “Las historias de Jaeggy hablan con lucidez y fría crueldad de lo que ocultamos, y por eso se graban en la memoria”, añade el editor, que avanza que la recuperación de El dedo en la boca y Las estatuas de agua no es más que el principio. “Vamos a crear una Biblioteca Fleur Jaeggy para relanzar su obra completa con un nuevo diseño”.

Fleur Jaeggy, en Milán, en 2009.
Fleur Jaeggy, en Milán, en 2009.Leonardo Cendamo (Getty Images)

Primero fue, en cualquier caso, Un dedo en la boca. Es la historia de Lung L., una chica de apenas 20 años que ha pasado un tiempo encerrada en una clínica porque a veces pierde pie en la realidad o se instala en otra. La protagonista se muestra a menudo cruel con quien se cruza en su camino, pero a ratos es también dolorosamente vulnerable. Lo fascinante es que Lung sale y entra de la narración, que la primera persona y la tercera se confunden, el lector a veces siente que está en su cabeza y otras veces únicamente observa porque solo asiste a lo que pasa. Lo que tiene en común con Las estatuas de agua es un potente extrañamiento ante la realidad, que, en esta otra historia, la de Beeklman y su corte de criados, resulta del todo beckettiano o juguetón y surrealista. Aquí el fragmento —y hasta la intervención acotada, teatral— manda, se está ante una colección de piezas.

Beeklam, un tipo rico y excéntrico, vive en una villa en ruinas, repleta de estatuas, volviendo una y otra vez sobre lo vivido, en una especie de laberinto que Jaeggy edifica diseccionando emociones con un desapego magnético, demasiado humano en su aparente inhumanidad. Beeklam y su amigo Victor aparecen y desaparecen de la narración, son también como estatuas, lo que queda de aquello que han sido, o están siendo. Jaeggy le dedicó la novela a la escritora austriaca Ingeborg Bachmann, que había sido su mejor amiga y a la que en 1980, cuando se publicó la novela, echaba mucho de menos. Bachmann había muerto en 1973 en un incendio.

Buena parte de lo que ocurre en Las estatuas de agua y El dedo en la boca —por cierto, la protagonista nunca ha abandonado la costumbre de meterse el dedo en la boca— lo imagina el lector, o debe hacerlo, porque en Jaeggy importa tanto lo que no se cuenta como lo que se cuenta.

Desgreñada, con una americana marrón, una camisa blanca y un jersey granate, puede verse a la autora en YouTube en una conferencia celebrada en un 2015 que podría bien ser en 1970. “Creemos saber lo que escribimos, pero casi diría que hay una parte esquiva”, dice Jaeggy en un momento de la charla. Es una de las pocas y misteriosas cosas que dice en el transcurso de una hora. La última vez que habló con una periodista —de la revista The New Yorker— dijo cosas como que echaba de menos a un cisne al que había conocido en Berlín hacía un tiempo. Se llamaba Erich. Habló con él en alemán. Corría el año 2021. Acababa de morir su marido, el escritor y editor Roberto Calasso, a quien Jaeggy había conocido en 1968, cuando se mudó a Milán y empezó a colaborar con su editorial, Adelphi.

'El dedo en la boca' y 'Las estatuas de agua' (2025), de Fleur Jaeggy.
'El dedo en la boca' y 'Las estatuas de agua' (2025), de Fleur Jaeggy.Tusquets Editores

Se dice que, pese a lo críptico y simbólico o metafísico de sus historias, todas tienen un componente autobiográfico, obsesivo y prácticamente indetectable, puro impresionismo. Y hablando de biografía, si hay un elemento que la distorsiona y amplifica es que colaboró con el músico Franco Battiato bajo el seudónimo de Carlotta Wieck. Compuso la rarísima Hiver, por ejemplo. Tal vez también se la escribió Hermes. De Hermes dice que quizás un día estará cansada o se aburrirá de las palabras que escriba y se callará para siempre. “No creo que se sienta sola cuando la deje, pero tampoco creo que quiera volver a escribir”, observó en un momento de aquella conferencia atrapada en el tiempo, tan fragmentaria e hipnótica como su obra.

Este año se recuperarán también El ángel de la guarda (1971) y Los hermosos años del castigo (1989). El resto, Proleterka (2001) y los libros de cuentos El temor del cielo (1994) y El último de la estirpe (2004), lo harán el año próximo.

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Sobre la firma

Laura Fernández
Laura Fernández es escritora. Su última novela, 'La señora Potter no es exactamente Santa Claus' (Random House), mereció, entre otros, el Ojo Crítico de Narrativa y el Premio Finestres 2021. Es también periodista y crítica literaria y musical, y una apasionada entrevistadora de escritores y analista de series de televisión.
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